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 ISAAC OLALLA DEL REAL, PMP®, PMI-RMP® (Risk Management Professional), MoR® (Management of Risk Practitioner, APMG). 
 Miembro del Consejo Asesor del PMI Capítulo de Madrid

 ¿Se puede afirmar categóricamente que existen eventos de riesgo cuyo suceso es imposible?

La pregunta es la base del presente artículo y  pretende fomentar la discusión sobre las posibles respuestas. Algunos pensarán que sí, que existen eventos de riesgo que son materialmente imposibles de suceder; otros pensarán que no, que nada es imposible si no improbable, mientras que otros pensarán que depende del evento.

Cuando se identifica un riesgo, su cualificación depende de los ojos del que lo percibe, es decir, de su actitud frente al riesgo, determinada por su experiencia, conocimiento, factores conscientes, inconscientes e, incluso, afectivos. Por lo tanto, lo que para algunos podría parecer un evento imposible y que no tiene ningún sentido analizar, para otros puede resultar un evento totalmente posible convirtiéndose en una auténtica preocupación.

 Cuando se identifica un riesgo resulta fundamental entender el riesgo y obtener la máxima información posible ante de implementar una respuesta tendente a su mitigación. Las restricciones que limitan cada proyecto hacen que, normalmente, se exija una respuesta inmediata, por lo que el tiempo disponible suele ser menor del deseable y aconsejable para obtener información más detallada sobre cada riesgo, por lo tanto la evaluación inicial se encuentra fuertemente influenciada por los prejuicios y condicionamientos preexistentes de la persona que lo realiza.

Por ejemplo, ¿sería posible que la atmósfera pudiera explotar como consecuencia de la detonación de una bomba atómica?, ¿podría considerarse seriamente ese evento de riesgo? Como se expuso antes, algunos pensarán que este evento es totalmente imposible, otros pensarán que podría ser posible y habrá otros que piensen que depende del tipo y tamaño de la bomba.

 

                                               

Para todos aquéllos que hayan respondido en cualquier sentido, ¿tenéis los conocimientos adecuados y la información necesaria para motivar vuestra respuesta o, por el contrario, os habéis guiado por la primera impresión proporcionada por vuestra actitud hacia el riesgo?

Este mismo dilema se planteó en el verano de 1942 dentro del Proyecto Manhattan, el cual desarrolló la bomba atómica que posteriormente sería lanzada sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, cuando Edward Teller, uno de los eminentes científicos que participaba en los estudios de viabilidad preliminares, durante una reunión con el director del proyecto, Robert Oppenheimer, y otros colegas, identificó un evento que podría suceder:  debido a las altas temperaturas que potencialmente iba a generar la explosión, existía la posibilidad de que se iniciara una reacción en cadena que hiciera explotar el hidrógeno del agua de los océanos y de la atmósfera terrestre. Todos los asistentes a la reunión, los cuales eran científicos de renombre y algunos Premios Nobel posteriores, pusieron cara de circunstancias puesto que a nadie se le había pasado por la cabeza dicha posibilidad.

Edward Teller había realizado exhaustivos cálculos para conocer la temperatura que iba a generar la explosión y había concluido que, por si misma, la explosión no alcanzaría la temperatura necesaria para generar la reacción en cadena del hidrógeno pero que, en combinación con otros elementos, sí podía existir esa posibilidad. Análisis y discusiones posteriores que tuvieron lugar durante el proyecto entre los mismos científicos, concluyeron lo siguiente: “resulta imposible que, debido a una explosión nuclear se produzca una ignición de la atmósfera, lo cual puede asegurarse  tanto desde un punto de vista científico como de sentido común, incluso teniendo en cuenta las asunciones más extravagantes”.

A pesar de la contundencia del comunicado, de forma periódica han ido apareciendo estudios que aún sostenían que el evento podía haber ocurrido, sobre todo a partir de un estudio realizado en 1959 que estableció que la probabilidad de que una explosión nuclear detonara la atmósfera era de no-cero. Sin embargo, esta afirmación derivaba de una malinterpretación de las palabras de otro de los científicos que participó en el proyecto, Arthur Comptom que en una reunión comentó que, si la probabilidad de que la atmósfera entrara en ignición como consecuencia de la explosión de una bomba atómica fuera del 3 por millón, el proyecto no continuaría y que, basándose en cálculos realizados, la probabilidad existente era ligeramente inferior. Por ello, se concluyó que no era imposible su ocurrencia si no más bien, no-cero probabilidad.

Estudios actuales han cerrado cualquier atisbo de discusión estableciendo que “la posibilidad de que una explosión atómica inicie una reacción en cadena que cause la deflagración de la atmósfera es imposible bajo ninguna circunstancia”.

Como conclusión, en el ejemplo propuesto ha quedado demostrado que el evento de riesgo identificado es imposible que ocurra pero no resulta menos cierto que para llegar a esta conclusión han sido necesarios muchos años de análisis, muchos cálculos utilizando las asunciones más extremas , la participación de científicos reconocidos internacionalmente y una cantidad ingente de información.

¿Deberíamos seguir afirmando que algo es “imposible” a la ligera?